Teniendo en cuenta esa actualidad de hoy, durante la cual tanto se habla de las corridas de los toros, de "correbous", etcétera, me parece oportuno reproducir un artículo que publiqué en el periódico "TeleXprés" (ya desaparecido) en Agosto de 1969, en Barcelona. En él yo mostraba "...mi gran afecto por lo que llamamos algo despectivamente los "animales", como si no fueran algo más..."
También añadiré que este artículo apareció en mi libro "Todo esto de la LITERATURA y... otras cosas" (La Busca edicione s.l., en Enero de 2009).
DOS CARAS DEL DESPRECIO
La carta, recientemente publicada en Tele/eXprés" de unos italianos constituidos en "Assoziacione contra gli spettacoli di crudeltá", condenando las corridas de toros en nuestro país, es una carta seguramente bien intencionada, pero igualmente muy ingenua. La "Associazione" amenaza puerilmente con recomendar "a todos los turistas, visitar países que no se complacen de las torturas y sufrimientos de los animales". Y uno se preguntará: ¿de que países se tratará? ¿Acaso de países donde no hay consumo de carne, es decir donde no hay mataderos, donde no existen esos horribles Auschwitz para gallinas en los que,según el sistama de Pavlov y otros sistemas, se engorda a toda velocidad para la matanza? ¿Serán países donde están prohíbidas la caza y la pesca o, sencillamente, los espectáculos circenses, con "animales sabios" que ya estigmatizaba Jack London en "Miguel, hermano de Jerry" y otras novelas injustamente olvidadas? ¿Serán, en suma, países donde hay para las demás formas de vida, que coexisten con nosotros en el planeta, un mayor respeto? No creo que tales países existan, sinceramente. Se podría tal vez acabar con ese espectáculo sangriento, frecuentemente repulsivo para quien tenga un poco de imaginación y sensibilidad reunidas, que ofrecen las corridas. No en vano todo eso de los toros se relaciona para muchos -a veces injustamente, es verdad, sin la debida matización- con determinadas tradiciones y actitudes vitales nuestras que no se caracterizan precisamente por su racionalidad. Pero, en fin, a mi me parece que unas docenas de toros salvadas de la arena anualmente (para ir a parar al estofado en lata) no cambiarían lo fundamental del problema: nuestra actitud, la actitud del ser humano con las demás formas de vida que pueblan el planeta: una actitud, en general, implacable (precisamente inhumana por lo que tiene de similitud con la conducta animal) que hace parecer como el summum de la bondad el hecho de pedir que no se haga sufrir innecesariamente a los animales al sacrificarlos. El hecho de pedir para ellos mejores condiciones de... muerte.
Ya sé que reflexiones de este tipo solemos asociarlas, para quitarles peso y seguir sintiéndonos justificados en nuestro depredar, con el utopismo fácilmente ridiculizable de alguno vegetarianos, vagamente rousseaunianos y Eliseo Reclúsianos, partidarios de la helioterapia, el crudivorismo, el nudismo integral y el pacifismo a toda costa. También solemos desvirtuarlas señalando sin duda con sentido común, contradicciones como esta, tan de nuestro tiempo, de pedir respeto para las plantas de los jardines públicos de los países desarrollados, mientras se arroja napalm sobre los niños de los países subdesarrollados. O esa otra en que incurrieron los ingleses de promulgar una ley en pro de los animalitos domésticos, antes de legislar convenientemente acerca de los niños esqueléticos que laboraban en los antros del capitalismo decimonónico.
En fin, si seguimos almacenando "Honest John" y "Polaris" para achicharrar poblaciones civiles, ¿cómo queremos que nos preocupémonos por el toro que vimos el otro día, en la televisión, el toro ensangrentado y la lengua fuera que mugía a la muerte entre los aplausos...?
( Querido lector: El fin de este artículo la semana próxima).
Víctor Mora
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